En el Patio de los Naranjos o en el Almunia, con Chaouen como banda sonora, sonrío al Sol y me cruzo de piernas...
Sol. Escape de gas en mis pensamientos. Brisa. Se esparcen por el suelo mis pensamientos y estoy tan a gusto que ni me agacho a por ellos. No me queda otra. Replay, y vuelta a empezar. El niño que persigue la paloma, o la niña que mece la papelera me recuerdan que hace ya que dejé de ser tan niña, pero al menos ahora puedo disfrutar de estos momentos conmigo misma, aunque no pensando en mí. La escucho una vez más. Vuelta a empezar, como un borracho buscando aparcamiento a las 3.00 de la madrugada. Otra más.
Un escalofrío me recorre el cuerpo y me avisa de que el Sol ya se está apagando y decido volver. Así se ha consumido la tarde entre pensamientos, palabras y esa canción... y al llegar a casa acordes y golpes de cincel. Falta un rasgueo en la espalda.
A pesar de que sabía que le encantaría aquel garito, nunca antes la había llevado allí. Al rato, cogió su Ducados y se encendió uno afuera. Él como ya la conocía veía en su rostro esa mueca torcida que denotaba enfado. Salió a acompañarla.
-Vamos dime que te pasa, y no me digas que no te pasa nada que ya te conozco.
-No, no es nada. Decía imaginándose convertida en piano mientras él la acariciaba como ya lo había hecho en otra ocasión al compás de la guitarra.
-Vamos, venga, dímelo.
-Olvídame. Dijo mientras de nuevo imaginaba como su camiseta negra y blanca era rozada por sus dedos, tocando el más romántico minuet o el más melancólico jazz.
Al rato ella entraba y se largaba con su bolso al hombro. Él, afligido, comentaba al oído más cercano:
-El problema es que luego la veo entrar y me resulta tan preciosa como siempre.