El frío empieza a apretar, coloco las sábanas de invierno y encuentro en ellas vestigios de tristeza. No me fío esta noche de arroparme, no vaya a ser que amanezca empapada en la misantropía del ayer. Prefiero tiritar, prefiero tiritar y mañana poder quejarme de que nadie me arropó.
Me levanté un día X de la semana pasada, la verdad es que no recuerdo cual. Miro la hora, busco las zapatillas, abro el armario y me miro en el espejo, luego salgo del cuarto... así como rutinariamente. Algo me detuvo en el segundo paso, el de las zapatillas; justo me quedé parada al acordarme de lo que había soñado. Otra vez, y sin permiso, te cuelas en mis sueños mientras duermo, y apareces confuso, borroso, semiborrado, sin alcanzarte... Misterioso, sin dejarte ver del todo. Esa sensación me deja inquieta, sé que significa algo. Lo sé. ...
La tristeza florece enredada al pomo, me implora repetidamente que le abra. Resbala cual gota de vaho en el espejo, y se cuela inevitablemente bajo la puerta inundando de pena mis sueños. ¿Acaso no te fue suficiente con enmarañar la madeja que usaba para tejer ilusiones?
Siempre que vuelvo te busco, no me hago a la idea de no volver a verte...