Publicado por Ana Lógica , jueves, 1 de abril de 2010 15:03
A pesar de que sabía que le encantaría aquel garito, nunca antes la había llevado allí.
Al rato, cogió su Ducados y se encendió uno afuera. Él como ya la conocía veía en su rostro esa mueca torcida que denotaba enfado. Salió a acompañarla.
-Vamos dime que te pasa, y no me digas que no te pasa nada que ya te conozco.
-No, no es nada. Decía imaginándose convertida en piano mientras él la acariciaba como ya lo había hecho en otra ocasión al compás de la guitarra.
-Vamos, venga, dímelo.
-Olvídame. Dijo mientras de nuevo imaginaba como su camiseta negra y blanca era rozada por sus dedos, tocando el más romántico minuet o el más melancólico jazz.
Al rato ella entraba y se largaba con su bolso al hombro. Él, afligido, comentaba al oído más cercano:
-El problema es que luego la veo entrar y me resulta tan preciosa como siempre.
Y... ¿Por más veces que entré seguirá sin contar nada sobre su secreto?